Diez mujeres. Marcela Serrano
TÍTULO: DIEZ
MUJERES (2011)
AUTOR: MARCELA SERRANO (Santiago de Chile, 1951)
EDITORIAL: ALFAGUARA
FORMATO: TAMAÑO MEDIO-ENCUADERNACIÓN RÚSTICA, TAPA
BLANDA
NÚMERO DE PÁGINAS: 303
Bajo el título de
“Diez mujeres”, la chilena Marcela Serrano nos presenta nueve monólogos de
extensión media, que se corresponden con las confesiones realizadas, en primera
persona, por cada una de las pacientes de una psicóloga, más un relato en
tercera, que narra la vida de Nastasha, la referida (p)sicóloga, en boca de su
asistente. Los diez relatos están precedidos por un breve prólogo y antecedidos
por un todavía más breve, si cabe, epílogo, en ambos casos, redactados también
en tercera persona, que contienen las reflexiones, tanto de la autora como de
la psicóloga, antes y después de la sesión de terapia colectiva,
rerspectivamente.
Los relatos que
efectúan las pacientes se desarrollan principalmente –aunque no exclusivamente-
en Chile, entre mediados-finales de la década de los años treinta del siglo
pasado y el inicio de la segunda década del presente siglo (1936-2010) –incluso
se remonta a tiempos todavía más pretéritos cuando se relatan las raíces de
determinados ancesros-, según la edad de cada una de ellas. No obstante, el
predominio de los tiempos más recientes –coincidencia de la madurez e incluso
vejez de algunas mujeres, con la juventud de otras- es evidente, como demuestran
inequívocamente las referencias a ordenadores portátiles, teléfonos móviles y
determinados personajes, hechos y acontecimientos de nuestros días.
Dentro de estas
coordenadas de lugar y de tiempo, las nueve pacientes de Nastasha “se confiesan”
ante su psicóloga, detallando las razones que justifican su presencia en la
consulta, en especial, los hechos, en algunos casos, verdaderamente dramáticos
, que han marcado sus vida, sus temores y su mayor o menor desorientación emocional,
así como espectativas y/o falta de espectativas vitales. Cada una de las
mujeres, a la vez que explica su vida, se autoretrata social y
psicológicamente. Para ello, la autora intenta, en la malloría de los casos
aunque no siempre, con éxito, imitar el lenguaje de cada una de ellas, según su
extracción social. En el caso de la paciente Juana –joven madre soltera, hija
de madre soltera y madre de una niña con transtorno bipolar-, combina
coloquialismos e incluso vulgarismos, con expresiones de tal fuerza y elegancia
que hacen difícilmente creible que salgan de la boca del personaje.
La extracción
social de cada uno de los personajes determina, en gran parte (aunque no
exclusivamente), su destino y su tragedia personal. Así, una quasi anciana pinochetista pasiva, marcada por la falta de empatía de su madre y
un posterior sentimiento de culpabilidad hacia ella (Francisca); una madura
liberal-progresista de clase alta, cuyo matrimonio se trunca también por una
curiosa falta de empatía de su marido (Simona); o una también madura estrella
de la televisión que siente que ha perdido el amor de su marido a causa de su total
consagración al trabajo (Andrea). En el polo opuesto, la citada, entre joven y
madura, madre soltera que no pudiendo hacer nada más que sobrevivir, ha de de
enfrentarse al trastorno bipolar de su hija (Juana); y la ya madura viuda de un
opositor pinochetista desaparecido, de marcada extracción rural (Luisa). Entre
medio encontramos a una joven lesbiana (Guadalupe); una también joven
periodista de origen palestino que tiene un hijo fruto de una triple violación
(Layla); una actriz jubilada cuyo salto a la fama en la profesión y su propia vida
(bohemia) se vieron truncadas por la súbita muerte de su (todavía más bohemio)
marido (Mané); y una relativamente madura oficinista, acomplejada hasta la
castración, que sufrió abusos sexuales en su infancia por parte de su abuelo
(Luisa). El retrato
psicológico en tercera persona de Natasha, la psicóloga es, al igual que el de
Guadalupe, de gran vitalidad, si bien, en parte predeterminado por su infancia
marcada por la persecución nazi, en su juventud, en su madurez y vejez participa del
vacío vital propio de las clases acomodadas.
En el prólogo se
hace bandera inequívoca de la vocación feminista de la autora y de su trabajo.
No obstante, excepto en algún caso (los supuestos de abusos sexuales y quizás,
la relativa sumisión de determinados personajes a los hombres de sus vidas
(Mané y Juana), al lector neutro, le cuesta reconocer tal bandera emancipatoria
en la mayoría de los relatos. Así, el relato de Francisca está marcado por la
figura castradora de la madre que contrasta con la relativa debilidad mental
del padre; en el de Simona, a pesar de la falta de empatía del ex-marido, la
paciente no obvia sus propias miserias (dejar a su primer marido, el estudiante
de doctorado, por considerarlo poca cosa); y en los de Guadalupe, Andrea y la
propia Nastasha, no se aprecian figuras masculinas de corte machista.
Se trata, en
definitiva, de un libro original, interesante –especialmente, por los retratos
psicológicos que se ofrecen de los personajes-, y magníficamente escrito, a
pesar de lo que, desde nuestra particular limitación, se nos antoja alguna
pequeña incoherencia en el lenguaje (Juana).
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